miércoles, 11 de julio de 2012

ETAPA 1.- SEVILLA - CASTILBLANCO DE LOS ARROYOS

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Por el Camino de los Mozárabes: Vía de la Plata

Miércoles 16-5-2012 - De Sevilla a Castilblanco de los Arroyos (41,2 Km.)
Salida: 7.00 - Llegada: 17.05

El milagro de Santa Juana

Mucho calor. Temperaturas que alcanzan los 41º



La Vía de la Plata comienza ante la fachada principal de la Catedral de Sevilla, frente a la Puerta de la Asunción. Y allí estaba yo unos minutos antes de las 7 de la mañana, con mi ánimo intacto, y dispuesto a abandonar esta gran ciudad para iniciar una nueva andadura. A estas horas en que ya clareaba el sol en el horizonte y se empezaba a ver movimiento por las calles, la temperatura no bajaba de los 25º. Al salir por la Avenida de la Constitución no hay más que seguir las indicaciones, que nos van llevando por distintas calles del casco histórico hasta cruzar el río Guadalquivir por el Puente de Isabel II, puerta de acceso al barrio de Triana. Se pasa junto a la Capilla del Carmen, curiosa construcción que por aquí conocen como "el mecherito", y del Castillo de San Jorge, sede histórica de la Santa Inquisición. También van quedando atrás la Iglesia de Nuestra Señora de la O y la del Patrocinio, donde tiene su sede la popular Hermandad del Cachorro (que tiene como nombre completo: Pontificia, Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Madre y Señora del Patrocinio en su Dolor y Gloria), y poco después se vuelve a cruzar el río, abandonando la Isla de La Cartuja por un antiguo puente de ferrocarril, para entrar en una pista de tierra que evita la localidad vecina de Camas.
















Entrando en Santiponce se encuentra el Monasterio de San Isidoro del Campo, pero lo más significativo de la localidad es, sin duda, el emplazamiento de la ciudad romana de Itálica, fundada en el Siglo III a. C., y cuna del emperador Adriano. Los restos del teatro están situados dentro de la misma urbe, casi invadidos por las casas, pero el conjunto de las excavaciones se encuentra sobre una colina exterior, en un recinto cerrado que merece la pena visitar. Además de un completo anfiteatro, se pueden contemplar los restos de sus termas y el perfecto trazado de sus calles, donde se conserva la planta de varias villas y lo que pudo ser el Templo de Trajano.
















Desde aquí, y durante las etapas que restan hasta Mérida, el itinerario sigue a caballo del trazado de la antigua vía romana que unía ambas ciudades, ahora en una recta sin fin que, atravesando el Valle del Guadalquivir, nos acerca a la localidad de Guillena. Son aún poco más de las 10 en el reloj, y el calor es ya un peso añadido más para cargar sobre los hombros. En varios kilómetros no hay ni una pequeña sombra con la que protegerse de los efectos del sol, hasta llegar a una torre vertical junto al Arroyo de los Molinos, cuya sombra me permite unos minutos de respiro para beber un poco de agua y tomar una fruta.
















Tras evitar por un pequeño sendero lateral el embalsado curso de agua, continúa el camino en una recta infinita. Guillena aparece pronto a lo lejos, aunque todavía queda un largo trecho de paisajes de secano. Llegando a la localidad, me cierra el paso un gran rebaño de cabras que avanza hacia mí ocupando todo en ancho del camino, pero que se van apartando respetuosas al llegar a mi altura, sin siquiera llegar a rozarme. También me encuentro con dos peregrinos que avanzan en bicicleta tirando de unos curiosos remolques.














Guillena es una pequeña ciudad del extrarradio de Sevilla, que cuenta con unos 10.000 habitantes y está situada a casi 23 Km. del inicio de la Vía de la Plata. En las guías de peregrinos viene marcada como final de la primera etapa pero, salvo un albergue en el que pasar la noche y una pequeña iglesia mudéjar, construida en el Siglo XV y dedicada a la Virgen de la Granada, cuenta con pocos atractivos como para dedicarle el resto del día.














Son poco más de las 12 del mediodía y el sol, que ya está bastante alto, calienta de lo lindo. La mayoría de los peregrinos que van llegando se dirigen al albergue, pero yo me resisto a terminar aquí la jornada. El próximo está al final de la segunda etapa, a más de 19 kilómetros, y me esperan las horas de calor más intenso, pero voy a intentarlo. Frente a la iglesia, en el bar Rincón del Sardina, mientras relleno mis bidones con agua fresca, me preparan un buen bocadillo de jamón, un plato de tomate y una jarra de cerveza. Cuando ya me siento recuperado, salgo otra vez al exterior con la idea de afrontar una nueva "travesía en el desierto".
















Se sale del pueblo atravesando el cauce del río Rivera de Huelva, y es allí donde otros dos "valientes" que se disponen a hacer lo mismo que yo me alcanzan caminando. Se trata de una unión circunstancial de dos peregrinos, uno de Valladolid y el otro de Valencia, que también salieron esta mañana de Sevilla y se conocieron por el camino. Al alejarnos de Guillena el terreno comienza a cambiar, y abandonamos las amplias llanuras del valle para adentrarnos gradualmente en la Sierra Norte de Sevilla, en un suave ascenso donde abundan las encinas y los jarales que caracterizan el paisaje de dehesa. El valenciano es muy hablador, y en un alarde de diarrea verbal me cuenta sin parar sus muchas aventuras pasadas, como si nos conociésemos de toda la vida. Yo no tengo mucho interés en ampliar ese tipo de conversación, y escucho prudente contestando a sus preguntas con frases cortas. Me da la impresión de que su compañero de ruta se siente aliviado al dejar durante un rato de ser el centro de su atención.














Al atravesar la primera cancela de las muchas que vendrán hoy y en las siguientes etapas, entramos en el Cortijo del Chaparral, donde el ganado se encuentra en total libertad, y numerosas vacas y terneros que se protegen bajo las sombras nos observan con atención. Aquí, mis dos compañeros de viaje proponen un pequeño alto para reponer fuerzas, momento en que aprovecho para liberarme de la pegajosa compañía y recuperar la soledad y el silencio. La temperatura ambiental sigue en aumento, y soy de la idea de que cada minuto que se pierde en una parada no sirve más que para aumentar el cansancio final.

A intervalos regulares voy bebiendo del agua que me queda, porque en el primer tramo de la mañana agoté el botellín de bebida isotónica y, a cada nuevo sorbo, noto también que el líquido está más caliente. Pero mejor es eso que nada, la cuestión es permanecer bien hidratado, aunque sea de esta manera. Hay momentos en que el camino se vuelve difícil, con el firme completamente roto, lleno de piedras y carrilones, y me imagino el sobreesfuerzo que tendrán que hacer los que van en bicicleta, bajándose del sillín y empujando con este sol que cae a plomo ¡Qué sudores!. Ni un cortijo, ni un arroyo, ni un alma que se cruce en el camino, y hasta los animales que sestean en las sombras, cuando te miran, parecen querer decir "pobre loco". Pero sigo manteniendo un buen ritmo de marcha ¡Ánimo, ya falta menos!

Me queda poco más de una hora para llegar a mi destino cuando debo de sufrir algún tipo de alucinación, porque delante de mí leo un cartel escrito en varios idiomas, con un mensaje que indica: ¡Agua!














Pero afortunadamente no se trata de un espejismo, y la flecha indica en dirección a un sendero que conduce a un torno giratorio por el que se accede a una maravillosa fuente de agua fresca. Sólo hay que cebarla y balancear repetidamente la manivela para que el émbolo empiece a sacar un abundante caudal de líquido a la superficie. ¡Qué bendición! ¡Me bebí todo un litro de penalti! Aproveché también para refrescarme el cuello, la cabeza y los brazos, y después de recambiar el agua de mis depósitos proseguí mi camino, convencido de que lo más difícil ya estaba superado.














El último tramo antes de llegar a Castilblanco de los Arroyos avanza en paralelo a la carretera por un estrecho sendero, bordea un par de urbanizaciones y, sin entrar al pueblo, se dirige al albergue. Cuando llego son las cinco de la tarde, y aunque está casi lleno de peregrinos, a esta hora no hay nadie que lo atienda. Después de estar todo el día expuesto al sol, las paredes del edificio desprenden calor y, a pesar de que todas las ventanas están abiertas, no corre ni una pizca de aire. Elijo una de las escasas literas que quedan libres, y después de instalarme, me doy una larga y refrescante ducha de agua fría. He superado la primera jornada.














Pero no puedo entretenerme mucho, porque tengo que corregir algunos errores que no debería volver a repetir. Mañana me espera otra larga etapa en la que tampoco es fácil encontrar agua y comida. He de salir más temprano, y llevar encima lo suficiente para intentar ser autónomo durante todo el recorrido. Más peso para la mochila. Tengo que dirigirme al pueblo a buscar un supermercado abierto en el que aprovisionarme para organizar la cena de hoy y el desayuno, comida y bebida para mañana, que a partir de ahora será, siempre que pueda, alguna de tipo Aquarius mejor que agua.














Castilblanco es una población sevillana que cuenta con unos 5.000 habitantes. Situada en las estribaciones de la Sierra del Pedroso, entre sus edificios destaca la Iglesia del Divino Salvador, con tres naves de origen mudéjar construidas en el Siglo XVI, donde se venera una imagen de la  Virgen de Gracia, patrona de la localidad. Me llamó la atención al pasear por sus calles en cuesta un par de mozalbetes que marchaban a caballo, al paso corto, y con perfecto dominio de sus monturas, que cuando se dieron cuenta de que les enfocaba con la cámara se detuvieron un rato y cruzaron unas amables palabras conmigo.














Hasta que no llegué de nuevo al albergue y organicé mis provisiones, no me percaté de otra de las consecuencias de la exposición al sol durante toda la jornada. Conozco perfectamente que es uno de mis puntos débiles, y a pesar de que caminaba con manga larga y cuello subido, y que iba orientando la visera de la gorra en la dirección en que venía el sol en cada momento, la parte de la nuca que quedaba al descubierto quedó totalmente "achicharrada", y me escocía bastante. Pero fue una peregrina la que me puso el remedio: "Empapar una gasa en vinagre y extenderla sobre la quemadura te eliminará el escozor". Y a ello se puso manos a la obra, empleando un sobrecito individual  que guardaba para su ensalada. Se llamaba Juana... una madre... una santa. Nunca se lo agradeceré bastante.














De la quemadura no volví a tener noticias, pero el calor no era capaz de quitármelo de encima. Y no sólo yo, más acostumbrado a otras temperaturas, sino que fueron varios los peregrinos que para poder dormir sacaron los colchones a la tarraza. Cansado como estaba, la única manera de conciliar el sueño era meterme bajo la ducha a intervalos regulares y tumbarme mojado sobre la cama. Y de esa manera mi cuerpo se fue preparando para el nuevo esfuerzo que tendría que hacer al día siguiente...


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3 comentarios:

Nando dijo...

Menos mal que las fincas son de vacas, porque si fueran de toros bravos, el sofocón por el calor iba a quedar en una tontería.
Lo del vinagre para las quemaduras es un remedio que no conocía, y simplemente por oler a ensalada, si es efectivo cojonudo
que sepas que con el navegador explorer me ha sido imposible poner comentarios, ahora estoy con el Crome

Javier dijo...

Amigo Miguel. En primer lugar enhorabuena por tu viaje y por la gran crónica que has hecho en tu blog, que por supuesto, me apunto como gran referencia.

La forma como he localizado esta entrada tuya es que estoy buscando si hay alguna forma de pasar el Arroyo de Los Molinos, a pie y sin mojarse con su cauce, que en estos ultimos días con las lluvias que estamos teniendo tiene mucha, mucha agua.
No conozco la zona, pero es que he buscado y hay gente que dice que se puede pasar desviandose un poco del camino, fotos de panoramio donde se ven unos palets de madera para pasar, gente que dice que hay un pequeño puente...
Tu hablas de que evitas el cauce por un sendero lateral.
Mi pregunta es si me puedes dar mas detalles de ese sendero, o si conoces que haya allí algun tipo de puente o alguna otra cosa para pasar el arroyo a pie.

Muchas gracias por tu ayuda

Miguel Aradas dijo...

Hola, Javier

Se puede evitar mojarse si, justo antes de llegar al borde del agua miras hacia la derecha entre los árboles. Allí sale un senderito que sortea el charco, y probablemente sea correcta la información de que alguien ha puesto unos palés de madera. Pero yo te hablo del nivel de agua que había en mayo, no sé el que hay ahora. De todos modos, si no fuese posible, pienso que dando un rodeo un poco mayor se podría conseguir, porque me da la impresión de que el agua sólo se embalsa en esa zona, y que el caudal del arroyo no es gran cosa, aunque con estas lluvias nunca se sabe. Que tengas suerte.